La tragedia de Prometeo

Según los mitos griegos, en los tiempos en que humanos y dioses aún se mezclaban, Prometeo, el titán “astuto”, decidió favorecer a los hombres robando para ellos dones sagrados. Al enterarse de esto, Zeus, quien guardaba celosamente los beneficios divinos para los inmortales, condenó al titán a recibir un terrible castigo, ¿sabes de lo que se trató?

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En la mitología griega, Prometeo aparece por primera vez durante la Titanomaquia; guerra que entablaron dioses y titanes para decidir cuál de las dos estirpes divinas regiría el mundo.

Durante el tremendo choque, Zeus entendió pronto que sus probabilidades de perder eran grandes si no se hacía con la ayuda de aliados más poderosos. Pensando que el apoyo de Briareo –gigante de cien brazos, antiguo prisionero de Crono–, inclinaría las cosas a su favor; el dios liberó al monumental guerrero. Ofreció además una tregua para todas las deidades antiguas que deseasen unirse a su causa; a cambio, Zeus les aseguraría un lugar en las moradas celestes (en el Olimpo), una vez que se convirtiese en rey.

Se cuentan a la titánide Metis y a su hijo Prometeo entre los que respondieron al llamado. La habilidad para predecir el futuro de Metis resultó en extremo favorable para los dioses. Fue gracias a aquel don divino que supieron cómo encerrar a Crono y a su séquito en el Tártaro; un agujero profundo –el más oscuro de todos– que cuelga debajo del Inframundo.

El dios del rayo cumplió entonces su promesa y colmó de beneficios a sus auxiliadores, pero no fue un rey justo con todos, ya que los primeros hombres, quienes habitaron la Tierra al lado de los inmortales por un tiempo, vivían sin resguardo. Al no estar de acuerdo con esto, Prometeo urdió un complot para mejorar la condición de la raza humana.

Lo primero que hizo fue convocar un banquete, al que acudieron hombres y dioses por igual. Una vez reunidos, el titán procedió a abrir el costillar de la vaca asada, manjar preparado para la ocasión. Mas no la ofrecería sin antes arrimar la carne suculenta hacia el extremo del animal que les correspondía a los humanos. Los huesos los ocultó entre la grasa, en el lado del que se servirían los Olímpicos.

Al darse cuenta del engaño, el padre de las deidades increpó al titán. Desde entonces Zeus predispuso que, para conmemorar la afrenta y subsanarla, los hombres debían quemar la grasa de sus bestias en altares dedicados a los dioses.

Prometeo habría de llegar aún más lejos con su segunda audacia. Luego de ver las penurias que los vientos gélidos provocaban entre los mortales –puesto que la divinidad no los había provisto de pieles peludas, como sí ocurrió con otros seres–, el titán decidió darle un regalo perdurable al hombre: se trataba del fuego.

Pero aquel elemento estaba reservado exclusivamente para las deidades. El fuego era empleado por Hefestos, el herrero olímpico, para la ornamentación de las mansiones celestiales y para crear la orfebrería más fina que haya existido; con ella dioses y diosas se solazaban en el dorado de su eternidad.

 

Con este propósito en la mente, Prometeo se dirigió a los talleres de Hefestos. Una vez ahí tomó el fuego de la fragua y lo ocultó en el interior de una caña hueca. Con la chispa sagrada en el interior de la madera el titán descendió de los cielos, para darles la buena nueva a los hombres.

El mitólogo Karl Kerényi, en su libro Los dioses de los griegos, nos explica que al darse cuenta del sacrilegio, Zeus encadenó a Prometeo en un monte ubicado en el extremo oriental del mundo, en el Cáucaso.

Ahí debía quedarse aquel por toda la eternidad, junto a una enorme ave de rapiña que le devoraba el hígado durante el día. Como Prometeo era inmortal y sus partes se restituían, durante la noche el hígado le volvía a crecer.

Así permaneció el titán una larga cantidad de años, y habría seguido de este mismo modo muchos más de no ser porque Heracles pasó por allí en su marcha hacia oriente –durante la realización de su onceavo trabajo, para el cual el héroe debía robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides–.

Prometeo, que había heredado el don de la visión de su madre, sabía cómo encontrar el jardín dorado, a cambio de esta información Heracles mató al ave tormentosa y liberó al titán de sus cadenas.

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