Jueves Santo

    Por: Jesús R. Cedillo

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    Amén de los ritos y ceremoniales propios de la Semana Santa, la llamada “Semana mayor” ha sido para mí, año tras año, una semana, una época donde el tiempo no existe; cuando pasa, pasa lento y su letargo envuelve con su hálito sagrado cualquier actividad cotidiana que llego a emprender. Pero, ¿a cuál tiempo me refiero? ¿Cuál es el sentido del tiempo para un ser humano, una familia un pueblo completo? Escribió Ikram Antaki que “cada sociedad tiene su tiempo e historia propios. Cada cultura se construye alrededor de un sentido del tiempo, cada trabajo está pensado como un tiempo cristalizado.” En las sociedades antiguas, el sentido del tiempo era casi desconocido y obedecía al ritmo de la naturaleza, al movimiento del sol y la luna y sus estaciones agrícolas o de caza.

    Vuelvo con la escritora nacida en Damasco, Siria, cuando ésta afirmaba que “cada cosa tiene su tiempo normal en relación con el sistema del mundo. Las anomalías cronológicas de la naturaleza son presagios de desórdenes sociales. El tiempo existe por las actividades que lo llenan y los mitos que lo describen: apresurarse, ser lento, no tiene sentido. Lo sagrado da sentido.” ¡Ah, palabras sabias, sin duda! Hoy, habituados al ritmo de las falsas ocupaciones, los negocios volátiles y a la “agenda llena de compromisos”, el hombre se ha vuelto una máquina programada entre otras máquinas. El reloj checador obliga a la puntualidad –en Londres, el reloj público data de 1348–, ser “puntual como las manecillas del reloj” se ha convertido en ideal urbano y otorga cierto estatus económico e incluso, es el símbolo de éxito comercial y personal. En la época de la revolución industrial las clases pudientes descubren que el tiempo es poder. Todo se organiza entonces, en torno a los “tiempos muertos” entre una hora y otra, entre la mañana y la tarde, entre la tarde y la noche, entre la noche y la nada.

    Y es que el reloj, al marcar puntualmente “el tiempo”, es una defensa contra el desorden, las tormentas y los caprichos. El reloj es la regla, la medida, el cronómetro, el juez que todo lo marca y acaso, todo lo condena. La querella

    es antigua: cuando llegan los españoles, los europeos a tierras americanas, éstos se escandalizaron por la vida disipada y adánica de los nativos. Los llamados “indios” no se sujetaban a cronómetro alguno o a tiempo preciso: tenían hambre, comían; tenían sed, bebían; el tiempo les era indiferente y acaso, secretamente lo dominaban.

    En Semana Santa tengo la impresión de que el tiempo no pasa, no llega y no avanza. El tiempo siempre ha sido una imposición. Los libros de historia cuentan que hasta el siglo VIII, Europa estaba casi despoblada. Las ciudades eran pequeñas, las naciones no mostraban aún su poder y la economía y la moneda era casi in existente. Hacia los siglos VIII al X nace lo que se conocería como el tiempo cristiano.

    Cuenta Ikram Antaki que, al parecer, fue un monje, Denis Le Petit, “quien propuso, en el año 532, el contar los años a partir del nacimiento de Cristo. Según sus investigaciones, Jesús habría nacido el 25 de diciembre del año 732 de la era romana o el cuarto año de la 194a. Olimpiada. La iglesia aceptó la idea y la desplazó siete días para fijarla en una fecha estable: el primer día del mes de enero.” Desde entonces, primero la iglesia y luego el poder civil, controlan el tiempo: “Respetar los horarios no es sólo hacer que la vida colectiva ocurra en orden, es también afirmar la sumisión a una regla y reconocer, de manera concreta, que el tiempo no pertenece a los hombres, sino a Dios.”

    El reloj guía a los autómatas. En la ciudad de París, en 1370 se grabó en el frontón del primer reloj mecánico de la municipalidad la siguiente leyenda: “La máquina que divide con tanta precisión las doce horas del día, advierte que hay que observar la justicia y obedecer las leyes.”

    Tengo un amigo, aplicado y disciplinado burócrata él, que presume su reloj como algo inconmensurable. Este amigo burócrata, sabe que el poder civil, el gubernamental, controla el tiempo de los ciudadanos. Este, sin reloj, es ciudadano perdido; y aún más: sin reloj de marca (ciertas marcas claro, las de “grandes ligas” son vedadas por sus costos) frente a otros burócratas, sería habitar otro estrato de la pirámide burocrática salarial. En Semana Santa, hasta donde puedo, recito mi pequeño breviario, ayuno un poco, rezo y medito; en lo posible vivo en paz, purifico mis pensamientos. En Semana Santa reinan en mi casa un profundo silencio y una gran calma, ajenas a las presiones y compromisos del tiempo…

     

     

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