Perdiendo la fe

    Por Marcos Durán Flores

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    Son estos tiempos difíciles para el cristianismo y para quienes han sucedido a Simón Pedro. Lo confirma un estudio del centro de investigación Pew, firma experta en asuntos demográficos que asegura en el año 2050, el número de musulmanes igualará a los cristianos, ambos con 2 mil 800 millones; después de esa fecha, el Islam se impondrá.

    Estas tendencias se basan en proyecciones estadísticas probadas científicamente y toman en cuenta el tamaño actual y la distribución geográfica de las principales religiones del mundo, las diferencias de edad, las tasas de fecundidad y mortalidad, migración y patrones en la conversión religiosa. Así es, hacia el año 2050 el Islam, la religión que se basa en las enseñanzas del Corán y que tiene a Alá como Dios y a Mahoma como profeta, alcanzará y quizás desplazará al cristianismo como la principal fe religiosa en el mundo. El monopolio de la fe y la entrada al cielo habrán acabado.

    Las razones de esto pasan desde el alejamiento de las nuevas generaciones de la Iglesia, lo poco que la religión importa en la vida diaria de muchos, el conocimiento científico que no ayuda al viejo discurso de los Evangelios, anacrónicos y poco vigentes ante la realidad presente, pues nadie quiso tomar el riesgo que pedía el poeta Antonio Machado cuando preguntaba: “¿Quién me presta una escalera para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?”. Los Evangelios se han quedado atrasados y nadie en la Iglesia se ha atrevido a modernizar “La palabra de Dios”.

    Y existe además otra razón muy poderosa que explica el lento, pero continuo alejamiento de muchas personas respecto de la fe cristiana: los escándalos y poca congruencia de la alta dirigencia de sus principales instituciones, principalmente la Católica.

    Tres Papas se han sentado en el trono de Simón Pedro durante las últimas dos décadas: Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio. Wojtyla, perseguido y en la clandestinidad de Cracovia ocupada por los nazis, siguió los pasos del carpintero de Nazaret con un papado ampliamente contradictorio, pues al tiempo que intervenía a favor de la paz mundial, impulsaba la renovación de la fe en Jesús y nos recetaba encíclicas acerca de lo fundamental de la enseñanza moral en la iglesia; cerraba sus ojos ante escándalos de pederastia como los de Marcial Maciel, cuyas víctimas jamás recibieron una palabra de aliento.

    Joseph Ratzinger, fue un hombre duro, un teólogo inflexible que desde la congregación para la Doctrina de la Fe, combatió cualquier voz disidente y su intolerancia fue legendaria. En su pasado se encuentran los rastros de su afiliación al nazismo y el ocultamiento, y hasta complicidad, al callar por los casos de sacerdotes pedófilos. Su decisión fue apostarle al silencio y al olvido; su excusa era la misericordia, aunque esta fuera solo para los sacerdotes pederastas, jamás para sus víctimas. Esa es la cruz que Ratzinger deberá cargar por siempre.

    En algún momento pensé que Francisco Berboglio, que ayer cumplió cinco años en la silla de Pedro, había traído una especie de renovación. Su apertura en el discurso acerca de los derechos de los homosexuales y por castigar la pederastia en la iglesia como un crimen, y ha criticado los dogmas y las doctrinas morales por encima de la compasión hacia los pobres y los marginados. Pero la moneda siempre tiene dos caras y ahí está documentado su colaboracionismo con la infame dictadura argentina de los años setentas y ochentas y la protección que se sigue dando a los escándalos cada ve más frecuentes de sacerdotes involucrados en casos de abusos sexuales de menores.

    Pero ya lo había dicho el poeta francés y Premio Nobel de Literatura, François Mauriac: “No confundan a Jesús, el maestro, con los pobres hombres que le siguen de lejos. No esperen que su inconsecuencia pueda servirles eternamente de excusa”. Los jerarcas católicos han sido hombres de fe, pero hombres al fin. Hombres que han intentado, muchas veces sin éxito, llevar a buen puerto la barca del pescador de almas.

    Hoy que la fe en el cristianismo presenta un declive importante y que aumenta el número de personas no creyentes ni siquiera en la moralidad como una forma de autodeterminación, habría que hacernos la pregunta de si los seres humanos hemos llegado a estos extremos de crueldad teniendo cierta exposición a cualquier tipo de fe, no solo la cristiana ¿Puede usted imaginar cómo seríamos sin ella?

    @marcosduranf

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