Vincent van Gogh y su mala suerte en el amor

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Vincent Van Gogh conoció el amor con 20 años. Se había mudado a Londres persiguiendo un prometedor trabajo: comerciante de obras de arte. Las pinturas siempre habían llamado su atención y junto a su hermano menor Theo, habían incursionado varias veces en el mundo del comercio.

Mientras trabajaba, vivió en la casa de la familia Loyer, donde vivía la dueña –una señora mayor- y su hija Úrsula, contemporánea de Vincent. Los ratos que no pasaba en el trabajo, los compartía con Úrsula. Paseaban por los jardines, tomaban religiosamente el té a las 5pm todos los días y eran fanáticos de los atardeceres. Vincent comenzó a enamorarse poco a poco de ella, hasta que su sentimiento fue tan fuerte que se lo confesó.

Para desgracia de Van Gogh, la respuesta fue un rotundo no. Principalmente, porque estaba comprometida. Su primer corazón roto, desbalanceó toda su vida. Cayó en una depresión tan profunda que decidió volver a la casa de sus padres. Lejos de Londres y lejos de Úrsula.  En el verano de 1811, llegó a la casa de los Van Gogh, una joven llamada Kee. Era prima de Vincent y le acababa de suceder algo terrible: su esposo había fallecido y la había dejado sola con su pequeño de 4 años.

La muerte de su marido la había derrumbado. Su aura de tristeza y melancolía, cautivaban a Vincent. Kee vivía en el pasado y su nostalgia lo inspiraba. Además de disfrutar el arte, Vincent quería ayudar al prójimo. Su padre era pastor y él quería convertirse en orador para llevar el Evangelio a los más necesitados.

Queriendo ayudarla, había superado su propia melancolía –por el rechazo de Úrsula-. La presencia de Kee en su vida había sido muy beneficiosa. Le devolvió las ganas de vivir y sobre todo: la inspiración para pintar y dibujar. A su hermano le escribió: “Le he cogido sabor a la vida, ya ves, y soy feliz de amar”.   

Loco enamorado, se lo confesó a su familia. Todos dijeron que había perdido la cabeza. Kee estaba de luto, había perdido a su esposo, no había ni la más mínima posibilidad. El hecho de proponerle su compañía, resultaba hasta de mal gusto.

Vincent no escuchó razones, y decidió confesarle su amor a Kee. “Jamás, no. Jamás”, fue la respuesta que recibió. Y su familia se lo advirtió. Su madre insistía en que el error principal, era querer estabilidad amorosa, sin siquiera tener un trabajo estable.

Pese a la respuesta negativa, Van Gogh estaba convencido de que ella era el amor de su vida y no se rindió. Kee le devolvió la inspiración y las ganas de vivir. Enamorarse de ella, dentro de su melancolía y su tristeza, lo inspiró y descubrió que sí había vida después de Úrsula.  Tras la declaración de amor de Vincent, Kee volvió a su tierra natal y cortó todo contacto con la familia Van Gogh. Él, enamorado, decidió buscarla. Cuando llegó a su hogar, se encontró con la terrible noticia de que la familia de Kee no quería ni verlo en pintura. Kee había solicitado separarse para siempre de él.

La terrible realidad azotó a Van Gogh, quien cayó en una depresión tan profunda que decidió huir lejos de todos. De su familia, de su hermano, de Kee y de su recuerdo. Fue así como terminó su segunda historia de amor. Para olvidarse de Kee, decidió mudarse solo a La Haya, Países Bajos. Sumergido en su melancolía, conoció una noche en un bar a una mujer embarazada, desnutrida y borracha que estaba tirada en una acera. La joven no tenía nombre y las escasas prendas de ropa no la cubrían del frío. Decidió llevarla a casa y llamarla “Sien”. Van Gogh no tenía suficiente comida para él, mucho menos para una mujer embarazada, pero decidió hacerse cargo.

Toda la familia estaba en contra de que la ayudara. Van Gogh ignoró todas las señales de alerta y la cuidó. Él se hizo cargo de su embarazo y de su hijo, y a cambio ella era su modelo. Por primera vez en mucho tiempo, él estaba inspirado a pintar.

Yo no puedo mirar la cuna sin sentirme impresionado, pues el hombre se siente invadido por una sensación profunda y poderosa cuando está sentado al lado de la mujer que ama, junto a la cuna donde duerme un niño”, escribió en una oportunidad a Theo.

Todo iba bien hasta que el alcoholismo de Sien volvió. Ya no quería posar para él y comenzó nuevamente en sus andanzas de prostitución. De bar en bar, amanecía borracha en las aceras mientras que el bebé la esperaba en casa.  Sien no tenía arreglo y él lo sabía. Así que decidió partir, esta vez por su propia cuenta. Se mudó a Drenthe con la esperanza de renovarse. El amor se le escapó una vez más.

El encuentro más extraño con el amor en la vida de Van Gogh, fue con una mujer llamada Margot. Una amiga de su madre. Era mayor que él y muy poco atractiva. Él estaba sumergido en la melancolía por haber abandonado a Sien y había abandonado el proyecto de formar una familia. Margot se enamoró de él y se lo confesó abiertamente. Él no quería ser descortés por lo que le propuso matrimonio. La familia de Margot se negó rotundamente. No permitirían que su hija se casara con “el pintor loco de Nuenen” -así le decían-, por lo que la historia de amor duró poco menos de 4 meses.

El último encuentro de Van Gogh con el amor, fue con Agostina Segatori. Una famosa modelo de la época, reconocida por ser la musa de muchos grandes artistas. La belleza exótica de Segatori, inspiró al pintor, quien la retrató en una de sus pinturas más reconocidas. La llegada de su “musa” coincidió con su descubrimiento del impresionismo, es por eso que resulta ser uno de los retratos más coloridos del pintor.

La personalidad extravagante y ambiciosa de Agostina, agotó rápidamente a Van Gogh. Ya para el momento, había decidido dejar de lado completamente su vida amorosa y dedicarse de lleno a su pintura. Fue la última mujer en la vida del pintor.

Con información de Culturizando.com

 

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