Cronopio mayor

    Por Marcos Durán Flores

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    Busqué, indagué y escudriñé, y después, volví a hacerlo pero jamás la encontré. Pregunté a los muy pocos visitantes que encontré esa tarde parisina y todos dieron vagas señales de donde se encontraba. Ni siquiera el plano oficial pudo sacarme de mi mundialmente famosa falta de orientación y al final, una inesperada y pertinaz lluvia interrumpió la misión impidiéndonos cumplir uno de los propósitos del viaje: encontrar la tumba del “Cronopio Mayor”. La tristeza nos embargó por la admiración familiar que tenemos hacia Julio Cortázar. Eligió a su amado París para vivir y morir, aunque para nosotros vive en la eternidad.

    Ahí, en el cementerio de Montparnasse descubrí la tumba de Porfirio Díaz que 104 años después de su muerte, aún se le impide regresar a México. Como si dejarlo allá, perpetuara la Revolución Mexicana alejando así toda posibilidad de reconciliación nacional.

    Muy cerca de la tumba del héroe de la batalla de Puebla, está la de Charles Baudeliere, uno de los grandes poetas franceses y de quien se recuerda una visita que hizo al Louvre acompañado de una famosa prostituta de París, que escandalizada por los cuadros y las estatuas de mujeres desnudas, reclamaba en forma airada tachando al museo de indecente.

    También ahí, se encuentra la cripta que sigue esperando los restos del gran Carlos Fuentes a quien la muerte sorprendió hace poco más de un año. Los restos mortales de Samuel Beckett y del enorme Jean-Paul Sartre, ganadores ambos del Nobel de literatura descansan también en Montparnasse.

    Julio Cortázar, nació en 1914 en el corazón de Europa. Su padre, diplomático de carrera vivía en Bruselas, ocupada entonces por los alemanes. Fue en 1918 tras la Primera Guerra Mundial que su familia regresa a la Argentina donde inicia su educación que lo lleva a graduarse como maestro normalista.

    Cortázar empezó a escribir bajo el seudónimo de Julio Denis publicando “Presencia”, un libro de sonetos donde mostró la influencia que poetas como Stephane Mallarme habían ejercido sobre él. De 1944 a 1945, da clases de francés en la Universidad de Cuyo en la provincia de Mendoza, de donde fue despedido tras participar en el movimiento político que se oponía a la dictadura peronista. Después de este incidente, se traslada a Buenos Aires donde prosiguió con su trabajo literario. Ahí, en la capital argentina publica “Casa Tomada”, colaboración realizada para la revista “Los Anales de Buenos Aires”, que editaba otro gran argentino: Jorge Luis Borges.

    Justo ayer se cumplieron 35 años de su fallecimiento, ocurrido en París el 12 de febrero de 1984. Al hacerlo, el Ministerio de cultura argentino inauguró una muestra por los primeros 50 años de publicación de “Rayuela”, novela que ha impactado a distintas generaciones.

    Es claro que Cortázar sigue despertando un enorme fervor a cinco décadas de la primera edición de “Rayuela”, publicada por Editorial Sudamericana en 1963, siguen colocándola como una de las grandes obras de la literatura latinoamericana, emblema del “boom” que autores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y el propio Julio Cortázar lograron.

    Aunque como bien dice el abogado y periodista saltillense Luis Carlos Plata: “Rayuela de Julio Cortázar es El Quijote de mi generación: todos hablan de él; nadie lo ha leído”; esto a pesar de incluir un “tablero de dirección”.

    Cada quien puede tener su propia definición, su descripción personal de lo que Cortázar llamaba “Cronopio”.

    Algunos los catalogan como personas buenas, honestas, interesadas en la literatura. Otros como seres antisociales, alejados de la fama y el dinero, un tanto idealistas e ingenuos. Hasta ahora, la mejor descripción corrió a cargo del “Cronopio Mayor” que en su libro “Historias de cronopios y de famas”, se referió a ellos de la siguiente forma: “Un cronopio es una flor, dos son un jardín”.

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