Hemingway: Todos somos Macomber

    Por Jesús R. Cedillo

    0
    806

    Gracias por atender estas letras señor lector. El tríptico aquí publicado en semana pasada donde pusimos el acento en dos aristas de la obra de Ernest Hemingway, fue bien leído y replicado por usted. Lo sigo agradeciendo. Y como usted manda, varios lectores me pidieron más letras al respecto. Con su permiso, comenzamos de nuevo hoy. Para el escritor colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura), el mejor cuento que se haya escrito es uno de Ernest Hemingway titulado “Macomber.” La historia es sencilla pero la simbología, tipología, lecturas y desdoblamiento son ingentes.

    Macomber sale a matar en la estepa africana a un león o a un búfalo, sale temblando de miedo a matar y al final se encuentra al fiero león; temblando de miedo lo enfrenta, temblando de miedo alza el fusil y apunta y al final lo abate. En una charla entre Gabriel García Márquez, cuando vivía, y su ex-amigo, el también escritor Plinio Apuleyo Mendoza, el santo de Aracataca, Colombia, le confiesa: “Yo soy Macomber. Mejor dicho todos somos Macomber. Todos tenemos que cazar un león. Algunos hemos llegado a hacerlo. Pero temblando.”

    Todos tenemos miedo, todos temblamos de miedo ante nuestro destino. Matar un león es: cambiar de trabajo, cambiar de residencia, cambiar de ciudad, enfrentar una pertinaz enfermedad, enfrentar un problema económico… todos somos Macomber. El miedo es un componente intrínseco, un componente mayor de la experiencia humana desde el origen de los tiempos. “No hay hombre que esté por encima del miedo –escribió un militar francés durante la refriega de un conflicto bélico hacia 1970– y que pueda vanagloriarse de escapar a él.” Existencialista siempre, el escritor y filósofo Jean Paul Sartre escribe: “Todos los hombres tienen miedo. Todos. El que no tiene miedo no es normal, eso no tiene nada que ver con el valor.” De aquí entonces que el miedo siempre se combate, no siempre de maneras ortodoxas: lo amuletos, afiches y demás cuentas y rosarios que llevan los hombres son esa parte mágica que jamás nos abandona y nunca da resultados positivos.

    “La inseguridad (el miedo, las sombras, las tinieblas) es el símbolo de la muerte y la seguridad (la luz, la claridad) es el símbolo de la vida” nos advierte el pensador Jean Deleumeau. La cuestión es antigua, como el origen mismo de la humanidad y la Biblia es un tránsito mismo de la noche a la luz de la mañana; de las tinieblas, el miedo y las sombras, a la luz y claridad de la vida.

    El miedo, el temor es un componente esencial del ser humano. ¿Miedo a qué? A todo: miedo a caminar, miedo a la noche, miedo a los terrores nocturnos, miedo a enfrentar una decisión en la vida, miedo a tomar una decisión equivocada… miedo a cazar un león, como Macomber. El ciego, dice la Biblia, que no ve “la luz del día” posee un sabor anticipado de la muerte (Tobías 3,17). Cristo mismo debe atravesar la noche de su pasión. Llegada la hora, se entrega a las emboscadas de la oscuridad (Juan, 11,10).

    El ilusionista de Aracataca, Colombia, Gabriel García Márquez, supo de este miedo, de este temor perpetuo y supo convivir con él, como con una enfermedad perniciosa y eterna. García Márquez es Macomber, el cazador que en la estepa africana se enfrenta con su destino: enfrentar su miedo, temblar ante el león y acabarlo de certero balazo. El miedo es temido, se le huye para no reconocerlo como ese otro ser que nos habita, al miedo (nuestros temores y miedos) se le trata de engatusar y evitarlo lo más posible. En todas las épocas de la humanidad, la exaltación del heroísmo es engañosa y se encuentra inscrita en todo tipo de literatura. Como ejemplo, la literatura caballeresca elogiaba incansablemente la bravura y heroísmo de los caballeros y se burlaba y denostaba la “cobardía y miedo de los villanos.”

    De aquí entonces personajes como Juan sin Miedo, que tiene su significativo sobrenombre luchando contra los de Lieja en la Francia de 1408. Un ejemplo más: sobre Carlos el Temerario, los elogios son hiperbólicos: “Era altivo y de gran valor; seguro en el peligro, sin miedo y sin espanto; y si alguna vez Héctor fue valiente ante Troya, éste lo fue otro tanto”, escribió Chastellain. ¿Por qué se elogia y diviniza a los valientes y se condena a los que tienen y padecen de uno de los sentimientos más arraigados y primarios del ser humano, como lo es el miedo? Porque el miedo puede ser inconmensurable e insuperable. Paraliza no pocas veces.

    “La palabra miedo –escribió G. Delpierre– está cargada de tanta vergüenza, que la ocultamos. Sepultamos en lo más profundo de nosotros el miedo que se nos agarra a las entrañas.” Todos somos Macomber, porque todos salimos cotidianamente a la selva de asfalto y hormigón a matar un león, un búfalo, un miedo que nos corroe por dentro y pudre las entrañas. Un día, García Márquez ya no pudo sacarle la vuelta al león y tuvo que tirar del gatillo, temblando ante la presa, como el personaje literario de Ernest Hemingway. Al cobrar la presa, le dieron su trofeo: fue el Rey de Estocolmo quien se la entregó en mano: el Premio Nobel de Literatura.

    El escritor colombiano Gabriel García Márquez así se lo confesó a Plinio Apuleyo Mendoza: “Todos los días de mi vida me he despertado cagado de susto. Antes por lo que podía ocurrirme. Ahora por lo que me ha ocurrido.” Dos Nobel en la historia de la eternidad: Hemingway y García Márquez.

    Comentarios de Facebook