La pesadilla del norte

    Por Gerardo Hernández González

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    México y el mundo pueden respirar un poco más tranquilos después del revés propinado por los estadunidenses a Donald Trump, el 6 de noviembre, al regresar el control de la Cámara de Representantes al Partido Demócrata, cuyas principales figuras entre bastidores son el presidente Barack Obama y su esposa Michelle, como antes lo fueron Bill y Hillary Clinton. Los cuatro han sido objeto de la inquina de magnate inmobiliario en quien se cumplió la sentencia de Albert Guinon, según la cual “Cuando no se elige al más animal de todos, parece que no es realmente democracia”. También se puede aplicar en México con Peña Nieto; falta ver el desempeño de AMLO para juzgar.

    Nuestro país ha tenido mejor suerte con presidentes demócratas. Bush señor (republicano) se entendió bien con Salinas de Gortari y apoyó el Tratado de Libre Comercio. El líder mexicano apostó por la reelección de su amigo, pero el exdirector de la CIA fue derrotado por Bill Clinton. Para salvar a México de la crisis financiera de 1995, herencia de Salinas, Clinton le concedió una línea de crédito por 20 mil millones de dólares, pese al rechazo mayoritario de los estadunidenses reflejado en una encuesta de Los Angeles Times. El rescate finalmente ascendió a 40 mil millones de dólares; la diferencia provino del FMI y de otras instituciones.

    El tema lo aborda Clinton en su autobiografía Mi Vida (Plaza Janés, 2004). Frente a la oposición ciudadana y del Congreso y las advertencias de Robert Rubin y Larry Summers, secretario y subsecretario del Tesoro, respectivamente, dijo: “Dentro de un año cuando tengamos a otro millón de inmigrantes indocumentados y estemos inundados de drogas procedentes de México, y que mucha gente de ambos lados del río Grande haya perdido su trabajo, ¿qué me van a decir? ¿Por qué no hice nada? ¿Qué les voy a decir? Que había una encuesta que decía que el 80% de los estadunidenses se oponían, esto es algo que tenemos que hacer. La reunión (para tomar la decisión) duró 10 minutos”.

    Clinton arriesgaba su elección para un segundo periodo, la cual ganó en 1996, pero confiaba en su homólogo sureño (“Si alguien podría restaurar a México, ese era Zedillo”, escribe). México pagó el capital y los intereses en 1997, tres años antes del vencimiento. ¿Trump hubiera sido igual de solidario aun a costa de su propio interés? Ni por asomo. Pues bien, fue a él a quien Peña Nieto le abrió las puertas de Los Pinos como candidato, no a Hillary Clinton, sólo para recibir ofensas, amenazas y humillaciones.

    Con una Cámara de Representantes de mayoría Demócrata, México y el gobierno de López Obrador podrán lidiar mejor con un Trump debilitado cuyo segundo mandato ahora está en duda. Pues lejos de moderar su conducta por la felpa recibida en las urnas, el día después de las elecciones apareció más insolente y vociferante contra la prensa, sus opositores e incluso contra líderes y candidatos de su propio partido.

    Trump tendrá una red de protección en el Senado, donde conservó la mayoría, pero su presidencia será, en los dos próximos años, una pesadilla, como él mismo lo ha sido para su país y para el mundo. La xenofobia, la misoginia y la retórica de odio del energúmeno se respondieron con votos. Una lección democrática. El castigo debió haber sido mayor, pero en el futuro otras cosas ocuparán su atención. Por ejemplo, no ser investigado como Nixon, quien por menos fue defenestrado.

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