Intolerancia y soberbia

    Por Gerardo Hernández González

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    Andrés Manuel López Obrador es un político de espacios abiertos y contacto personal. El jueves próximo volverá a la Plaza de Armas de Saltillo, en plan triunfal, para agradecer el apoyo de los coahuilenses que le permitió ganar la presidencia en su tercer intento. Reyes Flores Hurtado, coordinador de transición del Gobierno federal, organiza el mitin frente a la sede del Poder Ejecutivo local donde, como líder del PAN, realizó una huelga de hambre. Otro protagonista será el senador Armando Guadiana, quien ha presentado puntos de acuerdo para auditar las universidades públicas y atender las demandas del magisterio en materia de salud y seguridad social.

    En Coahuila, donde “se siente el mejor PRI de México” (Claudia Ruiz Massieu, dixit), AMLO obtuvo 609 mil votos, un cuarto de millón más que José Antonio Meade. Morena ganó además las senadurías de mayoría y las diputaciones de los distritos II (San Pedro), III (Monclova) y VI (Torreón). El Presidente electo llegará con algunas abolladuras en su imagen. La más notable por la fastuosa boda de su amigo y compañero de mil batallas, César Yáñez, llevada al paroxismo del ridículo por la revista ¡Hola!. La misma que aportó el arsenal sobre la casa blanca, la cual no solo se convertiría en uno de los mayores escándalos del sexenio del presidente Peña Nieto, sino en el nadir del Gobierno que prometió salvar a México y al final terminó por ser el hazmerreír del mundo.

    Si no ejercer el poder, como ocurrió con Peña, tiene un costo elevado para el país y para la institución, el desgaste por ostentarlo antes de tiempo puede ser mayor. AMLO ha cuidado escrupulosamente su imagen de político honrado y austero, pero a su discurso no le dedica la misma atención, y eso espanta; no solo a los inversionistas y a los mercados, sino a cualquiera. Yáñez aprovechó quizá esa inconsistencia para echar la casa por la ventana, así haya sido la familia de la novia, Dulce Silva, la que sufragó los gastos. Si el futuro coordinador de política y gobierno no puso al tanto a su jefe del tipo de boda al que lo invitaba y de la cobertura en una revista para reyes, magnates y faranduleros, craso error. Y si AMLO acudió con conocimiento de causa, atenido a que todo se le perdona, gravísimo. Primero, porque ya no se le juzga como candidato, sino como Presidente, aun sin entrar todavía en funciones; y segundo, porque en las “benditas redes” los juicios son sumarios.

    AMLO acusó el golpe. Sin embargo, en vez de reaccionar con humildad y reconocer su error y el de Yáñez, respondió al estilo Peña Nieto, quien pide contar solo lo bueno o, dicho de otro modo: “ya chole con tus quejas”. El miércoles pasado, en Estado de México, donde Morena recibió 4.3 millones de votos –casi tres veces más que el PRI–, López Obrador convirtió el agradecimiento en reproche a los medios de comunicación por no hablar de la cuarta transformación, la cual, según él, camina viento en popa. “¿Ya sabían ustedes eso? ¡No! ¡Porque eso no se difunde mucho! Pero si se trata de decir que estoy enfermo, ¡ah, sí: noticia nacional! ¡La fiesta de quien se casó! ¡Eso sí: difusión, para querer dar la imagen de que nosotros somos iguales, y para que puedan decir ‘ya ven: son lo mismo’, pues no, no somos iguales, ¡nosotros somos honestos y actuamos con humildad!”. (Reforma, 11.10.18) Los problemas de Peña son la intolerancia y la soberbia. AMLO adolece de los mismos. ¿Dónde está, pues, la diferencia?

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