Presidencias infames

    Por Gerardo Hernández González

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    El perdón solicitado por José López Portillo a los mexicanos por haberlos engañado, después de prometerles abundancia, pese a su teatralidad, pareció más auténtico que el de Enrique Peña Nieto por no salvar a México de su gobierno, el cual pasará a la historia como uno de los más infames. Su administración sólo es equiparable a la de Salinas de Gortari, excepto por su incompetencia, pues la del villano favorito promovió la modernización del país, para favorecer el capitalismo de compadres, pero al final sus altos niveles de aprobación se hicieron añicos por la corrupción y los crímenes políticos (Colosio y Ruiz Massieu entre los más relevantes), el magnicidio del cardenal Posadas Ocampo, la expansión del narcotráfico y su colusión con las más altas esferas del poder.

    Autodenominado “el último presidente de la Revolución”, López Portillo lloró en su último informe desde la tribuna del Congreso por haberle fallado “a los desposeídos y marginados”; y a partir de su experiencia personal, anticipó lo que hoy somos: un país de cínicos. El líder frívolo y vanidoso que sin pudor exhibió sus amoríos, devaluó la institución presidencial y se enorgulleció del nepotismo, asestó un último golpe al estatizar una banca ciertamente abusiva y usurera, pero entregarla a políticos significó poner a la Iglesia en manos de Lutero. Salinas convirtió el error en oportunidad y privatizó los bancos entre cuates, como lo hizo con Telmex, Altos Hornos de México, TV Azteca y decenas de empresas, antes propiedad del Estado.

    Peña Nieto pide un día al país perdón y al siguiente extiende certificado de buena conducta a la pareja imperial de Veracruz formada por Javier Duarte y Karime Macías (Coahuila también tuvo la suya), cuyas tropelías, cometidas a ciencia y paciencia de Los Pinos, causaron muerte y destrucción. El mismo trato recibieron otros incondicionales del presidente: los exgobernadores Humberto y Rubén Moreira, de Coahuila; Ángel Aguirre, de Guerrero, en funciones cuando 43 normalistas de Ayotzinapa fueron desaparecidos y acaso exterminados; el prófugo César Duarte, de Chihuahua; Jorge Herrera, de Durango, y Miguel Alonso, de Zacatecas. Todos ellos, supuestos financistas —con cargo al erario— de la campaña presidencial peñista. “Como se llega al poder, así se gobierna”, advierte el colombiano Sergio Fajardo, exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia, quien ha adecentado la política y algún día será presidente.

    ¿Qué tipo de expresidencia le aguarda a Peña Nieto? A López Portillo le ladraban por haber faltado también a su promesa de “defender al peso como un perro”; en su sexenio, la moneda se devaluó 886% (Banxico). Miguel de la Madrid, a pesar de su grisura, fue respetado, podía salir sin aparato de seguridad como el que ahora ostentan los Moreira y su Cancerbero Ramos Gloria, cuya función consistía en detener cuanta denuncia llegaba a la Procuraduría de Justicia contra quienes lo humillaban públicamente y en privado. Antes de morir, De la Madrid tuvo el coraje de aceptar el error de haber entregado la presidencia a los Salinas (Carlos y Raúl), en una entrevista con Carmen Aristegui para el libro Transición. Los calificó de inmorales. (¿Algún día hará lo mismo Enrique Martínez con respecto a los Moreira?) Carlos Salinas se exilió en Irlanda quizá temeroso de ser detenido como su hermano Raúl, por el gobierno de Ernesto Zedillo. Peña Nieto se encerrará en Estado de México —¿dónde más?—, pero nunca hallará paz.

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