Huberto Batis (†2018)

    Por Jesús R. Cedillo

    0
    1291

    Hubo un tiempo, no tan pasado, vaya, en el cual la crítica tenía sentido y residencia en los medios de comunicación. Lo mismo en el diario cotidiano, en suplementos o revistas. La crítica ejercida con mala leche, con pasión y fuerza creadora. Cada vez hoy, al preguntarme o cuestionarme de mis críticas y señalamientos hacia cualquier tipo de político, personaje, libro, exposición o cinta de cine, me dicen del por qué no hago “críticas constructivas” a lo cual yo sólo encojo mis hombros y nunca, nunca he tenido respuesta para lo anterior. Acaso ¿existen las “críticas constructivas” o de buena leche? Yo afirmo tajante: no. Me he quedado atado con aquella vieja definición y axioma de Jorge Ibargüengoitia: la crítica constructiva por lo general, no construye nada. Lo de valor e importante es la crítica destructiva. Pues sí, esa llamada exégesis de mala leche (sin pan).

    Fui creciendo literaria y periodísticamente al amparo de los libros de crítica y ensayo ácido, ensayos filosóficos y exégesis política. El desorden de mis lecturas ha sido mi orden, al final de cuentas. Ya luego y por azares del destino y las letras, se convirtió eso en mi vida misma. Un día fui joven. Tan joven era, fui escogido para participar en el ya muy lejano XIX Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores (ignoro si al día de hoy se siga programando) representando a Coahuila. Junto con mi enjuta humanidad, escribí y llevé una ponencia o ensayo para participar en una mesa con otros jóvenes literatos como yo, procedentes de diversas partes de la República. Mi estreno en estas lides de la crítica, el ensayo y el debate fue rápido. De igual manera, hubo una mesa de creación. Es decir, donde los jovencísimos escritores leímos nuestros textos de creación literaria. El Encuentro fue una semana creo recordar, en la ardiente Ciudad Victoria, Tamaulipas. Aún se podía caminar en la calle armados con trago, harto trago, sin ser despachado al otro mundo por ráfagas de fusil de asalto de las bandas las cuales hoy, se enseñorean en sus calles y avenidas, antes tranquilas y plácidas.

    En ese Encuentro de Escritores conocí a ciertos hermanos de ruta los cuales y aún hoy, nos acompañamos en nuestras correrías. Recuerdo gratamente a Ricardo Fiallega, Eloy Urroz, Pedro Guzmán, Enzia Verduchi, Eduardo Villegas, Armando Oviedo, Beatriz Meyer… A uno de ellos lo leía asiduamente en un suplemento de cultura del DF, publicaba semanalmente en “Sábado”, de “UnomàsUno.” Era Armando Oviedo. Cuando nos presentamos, inmediatamente le dije de sus notas y recordaba haber leído un cuento suyo con un tema recurrente en sus letras hasta el día de hoy: los gatos. Él asintió con su cabeza, nos saludamos y hasta el día de hoy nos vemos con recurrencia y frecuencia en nuestra hermandad cómplice.

    Él me invitó a su casa a la ciudad de México. Yo le invité a la mía. Yo le daba a corregir mis textos. Él me comentaba de los suyos. El maestro Armando Oviedo ha presentado en la ciudad de México la mayoría de mis libros. Yo me convertí en su editor en varios medios de comunicación donde una y otra vez trato de abrir las páginas a eso llamado cultura. En una de esas visitas a México, Armando me llevó a la redacción del mítico “Sábado” del legendario editor Huberto Batis (1934-2018), de quien el mismo Oviedo ha publicado en este medio de comunicación, un espléndido perfil en fecha pasada. Entregamos a dos manos una entrevista la cual le había hecho aquí en Saltillo, a un poeta y crítico fino y alto, Eduardo Milán. Fuimos a casa de Milán, quien en esa ocasión estaba con el ensayista Jacobo Sefamí, y el maestro tuvo a bien leer la entrevista ya publicada en Saltillo y Torreón, le hizo dos o tres modificaciones. Armando también la pulió y la entregamos en “Sábado.”

    En una o dos semanas, salió publicada en portada. Aún la guardo como papel ajado, como un estandarte casi guadalupano y ahora, valoro más por la muerte del maestro Batis. Mi lejanía del remolino del DF obligaba a dejar colaboraciones cuando iba. No siempre salían. Pero si se editaron varias de mis críticas y reseñas en sus páginas y en otras revistas de la capital como “Tierra Adentro”, “Los libros tienen la palabra”; en el desaparecido “Novedades”, en “Papel de Literatura.” Pero, atesoro en especial aquella vieja y gran época de “UnomásUno” donde oficiaba el viejo gruñón de Huberto Batis y una plantilla de colaboradores los cuales luego, han sido los animadores de la literatura nacional, por sus bien medidos textos. Es el caso del mismo Armando Oviedo, Andrés de Luna, Ignacio Trejo Fuentes, Ignacio Padilla, Sandro Cohen, Guillermo Juárez Fadanelli (a quien curiosamente, Armando y yo le topábamos con frecuencia cuando yo andaba de vago allá, en el Metro, siempre leyendo “Sábado”).

    Con la muerte del editor, periodista y escritor Huberto Batis, muere también y poco a poco, esa suerte de viejos editores los cuales armados con lápices, plumas y una máquina de escribir gigantesca en su escritorio, hacían estallar el universo todo por sus bien medidas páginas y el cuidado en la edición de escritores y artistas a los cuales formaron en el rigor de la lectura y el alto valor de la crítica. Crítica ahora ausente en la mayoría de los diarios y revistas. Ahora son lectores-zopilotes donde se privilegia la “post-truth”, las “fake news” o de plano, los “alternative facts.”

    Murió Huberto Batis en México. En España, Vicente Verdú. De a poco, nos estamos quedando huérfanos.

    Comentarios de Facebook