Así vivía «Selam», la niña más antigua del mundo

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Hace más de 3 millones de años en África, la vida de la pequeña «Selam», de dos años y medio, debía de ser una mezcla de curiosidad y vitalidad infantil mezclada con una lucha sin descanso por la supervivencia. Conocida como la niña de Dikika, por el yacimiento etíope donde fue descubierta en 2002, su diminuto esqueleto ha desvelado a los científicos muchas incógnitas sobre la forma de vida de su especie, Australopithecus afarensis. Es la misma a la que pertenecía «Lucy», la madre veinteañera de no más de un metro de altura convertida en una de nuestras más famosas y emblemáticas antepasadas.

Uno de los aspectos que más intrigan a los científicos sobre «Lucy» y «Selam» -aunque los más imaginativos puedan pensar en madre e hija, hay que aclarar que la segunda vivió unos 200.000 años antes- es su capacidad para caminar como el hombre moderno. Desde hace tiempo, los investigadores están convencidos de que los australopitecos eran bípedos y se desplazaban bien erguidos, incluidos los miembros más jóvenes. De igual manera, sospechan que esa nueva habilidad no impedía que aún pasaran tiempo en las ramas de los árboles, como los monos. El diminuto pie de «Selam» confirma, una vez más, que todavía no habían abandonado esa costumbre, especialmente las crías, que conservaban la capacidad de trepar con una agilidad simiesca.

«Este es el pie más completo de un niño antiguo jamás descubierto», afirma Jeremy DeSilva, profesor de antropología en el Dartmouth College y autor principal del estudio publicado en «Science Advances». El pequeño pie, aproximadamente del tamaño de un pulgar humano, es parte del esqueleto casi completo de «Selam», encontrado por Zeresenay (Zeray) Alemseged, destacado palentólogo, profesor de biología y anatomía del organismo en la Universidad de Chicago y también autor principal del estudio. Aunque el esqueleto fue presentado en un estudio previo en 2006, muchos de sus elementos, incluido el pie parcial, estaban encerrados en sedimentos y solo han quedado expuestas después de intensos trabajos.

Al estudiar la anatomía notablemente preservada del pie fósil, el equipo se esforzó por reconstruir cómo habría sido la vida hace años para la pequeña. Los investigadores examinaron para qué usaría el pie, cómo se desarrolló y qué nos dice sobre la evolución humana. Aunque estos antiguos ancestros eran bastante buenos caminando sobre sus dos piernas, quizás todavía necesitasen de la vida en los árboles. «Caminar sobre dos piernas es un sello distintivo del ser humano. Pero caminar mal en un paisaje lleno de depredadores es una receta para la extinción», explica DeSilva.

Refugio en los árboles

A los dos años y medio, la niña de Dikika ya caminaba erguida, pero hay indicios en su pie fósil de que todavía pasaba tiempo en los árboles, agarrándose a su madre mientras buscaba comida. Por la estructura esquelética del pie, en concreto por cómo era la base del dedo gordo, los científicos deducen que los ejemplares más jóvenes probablemente pasaban más tiempo en los árboles que los adultos. «Si vives en África hace 3 millones de años sin fuego, sin estructuras y sin ningún medio de defensa, es mejor subirse a un árbol cuando se pone el sol», apunta DeSilva. «Estos hallazgos son fundamentales para comprender la adaptación dietética y ecológica de esta especie y son consistentes con nuestra investigación previa sobre otras partes del esqueleto, especialmente el omóplato», señala Alemseged.

El investigador se refiere a un estudio previo publicado en 2012, en el que él mismo, con la ayuda de otros paleontólogos, analizó los finos omóplatos de la pequeña, también muy bien conservados a pesar de su fragilidad. El análisis reveló rasgos de escalador activo que también se encuentran en los monos modernos, pero no en los seres humanos. Caminaban, sí, pero trepar y balancearse en las ramas seguía siendo parte de su estrategia de supervivencia.

«Selam», de nariz chata, morro alargado y aspecto parecido al de un chimpancé, pasó su breve existencia en un paisaje con claros de hierba y algunos árboles, en el que también había un lago o un río. Se alimentaba de frutas y quizás algún pequeño animal, aunque estos antepasados aún no eran cazadores. La cría murió probablemente en una inundación o una riada, dejando unos restos que iluminan el camino de la evolución humana.

Con información de ABC.es

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