Un delantero centro está capacitado para marcar goles sin querer. Sólo ellos persiguen balones que nadie buscaría. En España el oficio lo representa Diego Costa. Entre su espinilla, su menisco y su ligamento anterior se estrelló un balón despejado que se fue a saludar la red para el 0-1 decisivo. Fue un salvoconducto en un partido trampa, diseñado por Irán al milímetro de la paciencia y el reglamento.
Hay partidos que se identifican en la primera jugada. España sacó de centro e Irán se fue hacia atrás como si huyera de un fuego. Allí esperaba un paisaje repleto de matorrales, de camisetas rojas, de arenas movedizas, de artes escénicas y de malas miradas. Era como si Irán se hubiera entrenado viendo videos de Bilardo.
En ese paisaje de partido de promoción del Torneo Clausura España se sentía fuera del escenario. En cada balón dividido se caía una cuchilla. Los de Hierro gobernaban el balón por dimisión iraní. Era una posesión que se intuía desde el día del sorteo. Irán sostenía el encuentro donde había soñado, en los alrededores de su área, esperando que España perdiera la paciencia, el fútbol y la educación.
Queiroz estudió el partido desde la metalurgia y los altos hornos. Le faltó presentarse en la banda con la cara llena de hollín. Cada entrenador explota lo que tiene. Su Irán puede dar una conferencia de orden y disciplina. No es extraño que el portugués sea un héroe en el país. Ha sabido pasar del glamour de Old Trafford y Valdebebas, donde coincidió con Cristiano y Beckham, a las trincheras iraníes. Para estudiar su carrera se necesita un satélite.
Con información de MARCA






