Dos pecados: gula y lujuria 1/2

Por Jesús R. Cedillo

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Todo mundo lo sabemos, lo dijo el dandy irlandés, el cual se entregó a todo lujo y tipo de placeres, el único Oscar Wilde, así lo dijo para la eternidad: la mejor manera de liberarse de la tentación… es caer en ella. De siete pecados capitales, dos tienen que ver con los placeres de la carne: la gula y la lujuria. Sea Semana Santa o cualquier semana del año. Son lo mismo. De aquí entonces que lo prohibido gusta. Lo prohibido seduce, enamora; no pocas veces pervierte.

El fruto prohibido siempre le ganará la partida a la templanza. Pecar es humano. La perfección es divina. Lo prohibido, entonces, tiene que ver con los sentidos. Los cinco sentidos. La sierpe tentó a Eva con un fruto prohibido, la sedujo y por extensión, sedujo a Adán. Sedujo a ambos. Lo prohibido, el pecado ha llegado por el apetito, por la gula; lo prohibido está íntimamente ligado a los placeres de los sentidos, de la carne. De aquí entonces dos pecados capitales atractivos, ubicuos, vedados; pero al final de cuentas, tan a la mano, que todos caemos en ellos, placeres de la carne ambos, insisto: la lujuria y la gula.

En este tríptico, en esta saga la cual daría para un libro entero, voy a tratar de explorar esta relación, este matrimonio que data de tiempos bíblicos, por citar un linaje escogido. Aunque todo mundo lo sabemos, data desde el origen mismo de la humanidad. Las representaciones iconográficas y aún, musicales, tienen en estos pecados motivo de inspiración perenne. Frutos, comidas enteras, hierbas y especias, pócimas, embrujos, elixir de amor… el tema es vasto, tan vasto e imaginativo como lo ha hecho crecer el hombre.

Gula y lujuria, qué combinación. El apetito y el sexo son dos motores de cambio de la historia. Provocan poemas, dibujos, arte, canciones y no pocas veces, incendian países o reinos completos y provocan guerras. Influyen en religiones… aún al día de hoy, todo se mezcla con todo, sangre, sudor, semen, lágrimas, tierra, cenizas, jugos; es decir, nuestro cuerpo, la vida misma. Las especias siguen siendo apreciadas en países donde el calor y su infierno todo lo descomponen. Aunque los métodos de conservación de alimentos ya son generalizados, aún hoy las especias de todo tipo se siguen usando ampliamente no sólo en la cocina popular, ritual o ceremonial, sino que se usan en la fabricación de perfumes y pócimas amorosas.

La Biblia no miente, tras la fama de sabio del Rey Salomón, vino de Oriente la Reina de Saba. Como prendas a intercambiar por los banquetes y los acertijos que éste iba a responder, la Reina de Yemen trajo consigo a Jerusalén “… un séquito muy grande de camellos cargados de especias y oro en gran abundancia, y piedras preciosas…” 1a. Reyes 10. 1 y 2. Sí, las especias eran más apreciadas y caras que el mismo oro.

Pero estas especias en filtros amorosos eran mezcladas con raspaduras de uñas, miel y hiel, excremento de cierto tipo de animales, sierpes, venenos potentes, hierbas de olor y en fin, todo tipo de potajes y alquimias que llevarían al mejor funcionamiento de los elíxires y pócimas amorosas. Poco a poco entraremos a estos terrenos, sin melindres ni objeciones de ningún tipo. Por lo demás, ya el mundo ha emigrado hacia la asepsia total, aquello que tiene que ver con una torpe balanza de moral y medidas de colesterol, vitaminas y minerales a la vista al público, en una rutinaria y mojigata vida circular sin adrenalina ni voz propia.

Por contraste, lo anterior me hace recordar a aquel matusalénico y vetusto Dictador de un país cálido e insular de las ficciones-realidad de Gabriel García Márquez, el Santo Patrono de Aracataca, Colombia, Dictador que en “El otoño del Patriarca” solía acercar a las lolitas tropicales de un Colegio vecino a su Palacio florido, con estratagemas culinarias hoy impensables para los puritanos de imaginación. Eran ninfetas de “uniforme azul de cuello marinero y una sola trenza en la espalda… nos llamaba, veíamos sus ojos trémulos, la mano con el guante de dedos rotos que trataba de cautivarnos con el cascabel de caramelo… me esperaba sentado en el heno con una bolsa de cosas de comer, enjugaba con pan mis primeras salsas de adolescente, me metía las cosas por allá antes de comérselas, me las daba de comer, me metía los cabos de espárragos marinados con la salmuera de mis humores íntimos, sabrosa, me decía, sabes a puerto, soñaba con comerse mis riñones en sus propios caldos amoniacales…”

Vamos iniciando lector. Vamos iniciando este largo camino por los terrenos de la gula y la lujuria… Continuará.

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