Saber más por viejo

    Por Gerardo Hernández González

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    En 1990, en pleno auge salinista y en el marco del segundo informe presidencial, Mario Vargas Llosa dijo sin ambages en el corazón de Televisa, soldado del PRI: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”.Octavio Paz y Enrique Krauze, organizadores del debate entre intelectuales de Europa y América El siglo XX: la Experiencia de la Libertad, quedaron perplejos.

    El escritor peruano-español recordó el episodio dos años después, en su columna Piedra de Toque: “Por haber llamado ‘una dictadura perfecta’ al sistema político del PRI –en el encuentro de intelectuales que organizó la revista Vuelta, en México, en septiembre de 1990– recibí numerosos jalones de orejas, incluido el de alguien a quien yo admiro y quiero mucho como Octavio Paz, pero, de verdad, sigo pensando que aquella calificación es defendible” (El País, 1-06-92).

    En el mismo texto advertía que los intelectuales mexicanos son reclutados y puestos por el sistema a su servicio “sin exigirles a cambio la cortesanía o el servilismo abyecto que un Fidel Castro o un Kim il Sung piden a los suyos. Por el contrario, dentro del exquisito maquiavelismo del sistema, al intelectual le compete un rol que, a la vez que sirve para eternizar el embauque de que México es una democracia pluralista y de que reina en ella la libertad, a aquél lo libera de escrúpulos y de la buena conciencia: el de criticar al PRI.

    “¿Alguien ha conocido a un intelectual mexicano que defienda al Partido Revolucionario Institucional? Yo, nunca. Todos lo critican, y, sobre todo, los que viven de él, como diplomáticos, funcionarios, editores, periodistas, académicos, o usufructuando cargos fantasma creados por el régimen para subsidiarlos”. Era 1992, más de un cuarto de siglo antes de la ruina del PRI y del inicio de la cuarta transformación.

    El 26 de mayo pasado, Vargas Llosa encabezó en el paraninfo de la Universidad de Guadalajara el Foro Desafíos a la Libertad en el Siglo XXI. El debate lo convocó la Fundación Internacional para la Libertad –creada por el autor de La fiesta del Chivo– para, entre otros propósitos, cerrar filas con los intelectuales mexicanos que ven en el presidente Andrés Manuel López Obrador, ya no a un Mesías Tropical, sino a una especie de demonio.

    Enrique Krauze –“víctima de una reciente campaña de descrédito e intimidación por sus críticas al Gobierno”, escribe Mario Llosa en Piedra de Toque del 2 de junio– también dedicó su columna al foro: “Soplan vientos autoritarios. En muchos países la figura del hombre fuerte, el líder populista que, habiendo llegado al poder por la vía de la democracia y en un marco de libertad, tiene el designio de acabar con ambos” (Reforma, 02-06-19).

    Raúl Padilla, presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y coorganizador del coloquio, advirtió a Vargas Llosa que tal vez habría incidentes. “Pero no hubo ninguno y las nueve horas del foro transcurrieron en absoluta paz. Esto es la civilización”, pensé muchas veces, “un mundo de ideas y razones, tan distinto a lo que estamos acostumbrados en otras partes, a las banalidades y lugares comunes de que suele estar cada día más trufada la política en nuestros días” (El País, 02-06-19).

    En esta ocasión nadie le ha estirado las orejas al Nobel ni a los intelectuales por advertir sobre el posible advenimiento de una nueva dictadura perfecta. Quizá porque el demonio no es como lo pintan o porque sabe más por viejo que por diablo.

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