El PRI que viene

    Por Gerardo Hernández González

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    La renuncia del exgobernador Rogelio Montemayor al PRI se suma a la de otros coahuilenses que militaron en el partido fundado por Calles hace ya varias décadas y ocuparon cargos relevantes, como José Narro Robles. Algunos lo hicieron por falta de democracia, después de haber sido ellos mismos candidatos por dedazo, varios en repudio a la tiranía de los Moreira, pero ninguno por objeción de conciencia, pues, de ser el caso, lo habrían hecho por la megadeuda, el insolente traspaso del poder entre hermanos, la corrupción galopante y los fraudes electorales cometidos por el PRI-Gobierno.

    Quienes le plantaron cara a los Moreira –sobre todo a Rubén– fueron perseguidos y reprimidos; otros, a la vez, objeto de campañas bajunas: se les inventaron delitos, se invadió su privacidad y se les exhibió en las redes sociales. Pocos asumieron los riesgos: Armando Guadiana lo hizo protegido por su posición económica y sus relaciones políticas; Noé Garza poseía información comprometedora, pero no autoridad moral ni valor para denunciarlos, por haber sido cómplice y beneficiario de sus atropellos, y Javier Guerrero, quien no obstante su paso –efímero– por el gabinete de Moreira II, no se contaminó y afrontó al déspota dentro y fuera del PRI.

    Por su parte, quienes vendieron su alma a Rubén a cambio de favores, puestos, bienes y riquezas ilícitas e impunidad, pagaron con humillaciones y desprecio social su desvergüenza (Jorge Torres López, David Aguillón, Homero Ramos Gloria, Armando Luna, Gregorio Pérez Mata, Jesús Torres Charles, María Esther Monsiváis y muchos más). “(…) fueron demasiados personajes a quienes el partido llevó a cargos de representación política que han saqueado y endeudado a sus estados, personajes corruptos y cínicos que abusaron” del poder y se dedicaron a “resolver su situación económica y política personal sobre la obligación de atender los problemas de las comunidades a las que juraron servir (…)”, acusa Montemayor en su renuncia, dirigida al presidente del CDE, Rodrigo Fuentes.

    Nadie se asuste. Lo mismo pasa en los gobiernos del PAN, el PRD, el Verde y pronto sucederá con los de Morena, pues “el poder no corrompe –dice Rubén Blades–; el poder desenmascara”. Sin embargo, el PRI se envileció, quebrantó todas las reglas –incluidas las propias– y una vez suprimidos los cuadros que le daban rumbo, cohesión y sustento, y derribadas las contenciones morales e ideológicas, las pandillas enquistadas se adueñaron de sus siglas. En México las encabeza Peña Nieto; y en Coahuila, los Moreira.

    Montemayor se decantó desde un principio por Narro Robles para la presidencia del PRI, consciente, como la mayoría –priista o no–, de que el exrector de la UNAM era la única opción capaz de hacer renacer a ese partido de sus cenizas; o al menos intentarlo. Rubén, cuya insania le procuró la enemistad de legiones –“Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”–, fue empleado de Montemayor, Enrique Martínez y Eliseo Mendoza. A todos los traicionó y les causó daño, acaso por su complejo de clase, algún trastorno de personalidad o por los influjos de Hybris, diosa de la insolencia, la perversidad, la arrogancia, la desmesura y el ultraje en general. Mejor fórmula no pudo haber escogido Alejandro Moreno para recordarle al país el PRI que viene.

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