Cuestión de honor

    Por Gerardo Hernández González

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    «¿De veras estás bien? ¿No te duele nada?», preguntó sorprendido y jadeante Porfirio Muñoz Ledo —apoyado por dos ayudantes— a un enhiesto Eliseo Mendoza Berrueto quien le esperaba en el restaurante del Camino Real para desayunar con un grupo de amigos entre los cuales me incluyó. Era 24 de mayo de 2014. El exlíder del PRI y del PRD visitaba Saltillo para participar en la Feria del Libro que Rubén Moreira se llevó a Arteaga por mezquindad
    política; megalómano, no deseaba compartir reflectores con el alcalde panista Isidro López.
    Muñoz Ledo cuenta ahora 86 años y preside la Cámara de Diputados. Mendoza Berrueto cumplirá pronto 89, y en el momento que refiero lideraba el Congreso local. El exgobernador se recupera de un reemplazo de rodilla y pronto regresará al ruedo como los maestros del toreo. Los políticos de antaño, salvo excepciones, se diferencian de los actuales por su compromiso con el país, (aclaración de interés: fui colaborador en el gobierno de Mendoza), formación y espíritu de servicio. Se les podía tachar de populistas o de tecnócratas, pero no de corruptos; hoy, la mayoría accede al poder para amasar fortunas. Andrés Manuel López Obrador abrevó de aquellas fuentes y no de balde es el presidente más legitimado.
    Como reportero he tratado a los últimos nueve gobernadores. En los primeros meses de la gestión de Óscar Flores Tapia, publiqué una columna — en «Noticias» de Torreón— en la que abogaba por Eulalio Gutiérrez Treviño, en quien se cumplía la sentencia de Giulio Andreotti según la cual «El poder desgasta sobre todo cuando no se tiene». El gobierno entrante y la opinión pública lo querían crucificar por una deuda de 500 millones de pesos por impuestos no enterados a la Secretaría de Hacienda.
    Luego de leer el texto, Humberto Gaona, quien había sido jefe de Prensa de don Eulalio y entonces se desempeñaba como subdirector del diario, me aconsejó enviar la columna al exgobernador. «Le va a caer bien, pues nadie lo ha defendido». No lo hice. En primer lugar, porque no era una defensa, sino una opinión sobre un gobernador decente que había confiado en su equipo de trabajo; y, en segundo lugar, porque no es papel de quien escribe hacer
    propaganda; ya sea para congraciarse o para presionar. Con publicar basta.
    El gobierno de Mendoza Berrueto cometió errores, pero fueron más los aciertos. Dejó finanzas sanas, carreteras concesionadas y resolvió demandas seculares como la del puente en Juárez. De no haber tenido la paciencia de Job, el don de la perseverancia y la persistencia del martillo, no se habría construido la autopista Saltillo-Torreón (no de la calidad y las características deseadas, pero fue mejor que nada) ni el libramiento La Carbonera-Ojo
    Caliente, uno de los más rentables, cuya venta posterior permitió pagar deudas de la siguiente administración. Tampoco se habría dotado a la entidad de ingresos propios para obras y servicios. Empero, el Impuesto Sobre Nóminas —la mayor fuente de recaudación directa—, se escamoteó después a los municipios con la complicidad —o cobardía para defenderlo— de los
    organismos empresariales.
    En días pasados se publicó una nota del Instituto de Pensiones del Estado, cuyo director es José Luis Moreno, según la cual Mendoza Berrueto, quien fue su jefe en la LIX legislatura, cobra una pensión mensual por 74 mil 725 pesos ( Zócalo Saltillo , 22.02.19). La réplica del exgobernador fue tajante: «jamás he sido pensionado del Gobierno estatal. (…) No tengo idea sobre el origen de esta falsa noticia». Mendoza carece de fortuna y de negocios, pero tiene honor, algo que, cuando la política se ha envilecido y la lealtad a las instituciones es
    un anacronismo, ofende a quienes no lo tienen.
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