Aniversario (olvidado en Coahuila) de JEP

    Por Jesús R. Cedillo

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    Hace unos días, parece ya pasaron meses, caray, se cumplieron los primeros cinco años de la muerte de JEP (no hay otro JEP, José Emilio Pacheco). Murió un domingo 26 de enero. Tenía entonces 74 años, dos premios de gran caldo bajo el brazo (El Cervantes y el Reina Sofía), sus libros se vendían y se venden a pasto aún hoy, y era dueño también de una modestia admirable. El poeta habla, el poeta escribe: “Sólo el árbol tocado por el rayo/ guarda el poder del fuego en su madera…” sólo los poetas arden. Sólo los poetas son santos. Y esta santidad tuvo una recompensa mayor durante la celebración de la Feria Internacional del Libro edición 2009 a la cual tuve la fortuna de asistir: se le otorgó el Premio Cervantes (el premio mayor en literatura, sólo atrás del Premio Nobel) a José Emilio Pacheco. Atesoro el recuerdo en mis letras, como las de hoy, y en mi memoria.

    Ese año, la FIL transcurría sin sobresaltos. Más aburrida y no alegre. El lunes 31 de noviembre una noticia corrió cual reguero de pólvora desde temprana hora en los pasillos de la Feria: José Emilio Pacheco ya era Premio de Literatura Cervantes. Desde España, se acababa de dar la noticia y por las diferencias de horario, en México eran las 7 de la mañana. Cuenta el periodista y escritor Juan Cruz en ese entonces y en una espléndida estampa, JEP, cuando lo supo en la habitación de su hotel en Guadalajara, se le atragantó el café. El teléfono empezó a sonar (tres teléfonos, según luego contó JEP en una improvisada y rápida rueda de prensa donde este escritor lo veía y escuchaba embelesado) y ya no dejó de hacerlo. Todos querían una palabra de fuego, un pregón ardiente del flamante Premio Cervantes el cual y sólo quince días atrás, había sido condecorado con el Premio Reina Sofía de Poesía de España.

    Los merecidos halagos y panegíricos no se hicieron esperar ese día y los subsecuentes, el mexicano universal Carlos Fuentes, aún vivo, se apresuró a escribir: “José Emilio Pacheco merecía el Premio Cervantes desde que nació. Quiero decir que es un poeta nato… (Su) obra está escrita en castellano, y añade a su gloria. Pero la obra de Pacheco es universal, y participa de la gloria de las letras de todos los tiempos.” También vivo (hoy todos los mejores escritores y es cuestión vital y terrena, vaya, están muertos), Carlos Monsiváis escribió para el diario ibérico “El País”: “En poesía, ajusta sus dones melancólicos, su pesimismo que es resistencia al autoengaño, su fijación del sitio de la crueldad en el mundo, su poderío aforístico, su amor por el sonido del idioma…”

    Ese año, 2009, José Emilio Pacheco, ya entonces, se había robado la FIL para él solo. JEP es objeto de culto lo mismo por hordas de jóvenes lectores, descifradores profesionales o enamorados de sus versos de fuego. “Alta traición” lo recitan de memoria, verso por verso. “Las batallas en el desierto” es un clásico moderno de la literatura mexicana. Su obra como traductor está recogida en “Aproximaciones”, un libro sólo para iniciados, hoy casi imposible de conseguir. Ese día, Pacheco sonríe, contesta todas las preguntas de los reporteros los cuales lo veneramos y admiramos. JEP, a pregunta expresa de cómo se sentía, cuál era su reacción luego del aviso a las 7 horas menos 10 minutos de estar premiado con el Cervantes, dueño del idioma el cual reverencia, espetó: estoy “zorimbo”, “patidifuso” y “turulato.”

    Al morir el domingo 26 de enero de 2014, el poeta José Emilio Pacheco, la noche se precipitó con inusual furor sobre las letras hispanoamericanas. Noticia infausta en días grises y macilentos por el invierno rudo y plomizo el cual y como siempre, se precipita con furor en este Estado norteño de Coahuila. Ya lo de menos es contar aquí el penoso accidente y el hematoma con el cual y usted lo sabe, JEP padeció y lo llevó a la tumba. ¿A cuál JEP preferir? ¿Al poeta, al narrador de “Batallas en el desierto”, al traductor, al erudito redactor de una de las mejores columnas de cultura en México “Inventario”; preferir al guionista de cine, al crítico…? Al azar, aleatoriamente, oteando aquí y allá, una vez más me deslumbraron sus versos. Un poema de ellos en particular, “Pompeya.” Siete líneas en verso libre. A la letra se lee: “La tempestad de fuego nos sorprendió en el acto/ De la fornicación./ No fuimos muertos por el río de la lava./ Nos ahogaron los gases. La ceniza/ Se convirtió en sudario. Nuestros cuerpos/ Continuaron unidos en la piedra:/ Petrificado espasmo interminable. “

    Un espasmo. Una eterna venida, el fornicio como gozo y pecado eterno. Una mueca sostenida no por días, sino por el resto de la vida misma. Un placer perenne, pétreo. El texto es poderoso. Tanto o más a los funestos hechos en los cuales está inspirado. En la bahía de Nápoles, dos ciudades sucumbieron a la furia de un monte, el Vesubio. Fueron Pompeya y Herculano. Cuenta lo anterior en un diálogo epistolar el escritor romano Plinio, el Joven, a otro historiador, Tácito (el cual todo mundo lo sabe, es una de las tres referencias obligadas sobre la historicidad y vida terrena del Gran Maestro Jesucristo), por éste conocemos todos los detalles del sueño de Pompeya y sus amantes petrificados en lava y fuego vivo. Pero, JEP, tenía también predilección por los animales fantásticos. En uno de sus libros contó de un nuevo pájaro. Era un pájaro negro y azul, vivaz y melancólico, cruza entre el Periquito de Australia y la cuerva. ¿Su nombre? Paraquet.

    Dijo Pacheco, esta ave, al igual al ave agorera llevada a Moctezuma, tiene un espejo por cabeza. Es el Paraquet. Le creemos. Siempre le creemos a JEP.

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