Releer a Papá Hemingway en dos claves (3/3)

    Por Jesús R. Cedillo

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    La locura viene de los dioses y de las musas. Hay  una locura terrena, de humanos, por enfermedades de humanos, pero, hay otra forma de locura, es algo divino. Esta viene  o corresponde a cuatro divinidades: Apolo la asigna a la inspiración profética, a Dionisio se le achaca la mística, a las Musas la locura poética y la locura erótica a Afrodita y Eros. La anterior taxonomía es de Platón, aparece ésta definición en “Fedro o del amor.” Los escritores, tocados irremediablemente por el hálito de la melancolía (para irnos directamente y también por la situación o estudio de la antigüedad de los cuatro humores o flemas del ser humano), son tocados pro la locura divina. Pero, esta locura aunque inspira, sigamos con Platón, las obras más excelsas  y perfectas, lleva invariablemente a “entregarse a los dioses.” Es decir, a la muerte.

    Hemos dejado para el final de este breve tríptico, el zambullirnos en la vida personal y tormentosa (al igual de varios de sus personajes de sus textos, modelo arquetípico él mismo) del Nobel norteamericano Ernest Hemingway (1898-1961), quien vivió asediado por los demonios de los dioses y las musas. Es decir, sus propios demonios materializados o encarnados en su madre, a la cual culpó no pocas veces del suicidio… de su padre. Le decía de echo, “perra.” Hoy todo se trata de explicar a través de enfermedades las cuales reciben bautizos para sujetarlas en corsés de una realidad asfixiante. Hay un ensayo de diez páginas de un prestigiado doctor norteamericano (Christopher D. Martin) el cual se zambulló en toda la obra de Papá Hemingway, sólo para dar un implacable veredicto el cual todo mundo sabía: padecía “trastorno bipolar.” Al final de su vida sobre la tierra, el escritor padeció ataques de psicosis.

    Este año se cumplen 121 años del nacimiento del Premio Nobel de Literatura, al maestro Hemingway se le asocia con justa razón, con la rudeza, con el vigor físico, con la naturaleza. Ernest cultivó bien su leyenda de amante de la caza y la pesca (“El viejo y el mar”, claro), a la par de ser un amante de la buena vida: la comida y la bebida hasta el hartazgo, lo cual exploramos en los textos anteriores. Herido de gravedad en la Primera Guerra Mundial, su literatura y periodismo está entonces impregnado de harto fatalismo donde se explora el vacio existencial (no hay mañana, es sólo hoy), el ser humano siempre está solo ante el mundo, hay una imposibilidad de relacionarse con algún humano de tiempo completo (una mujer) y la soledad y al final del túnel, el suicidio, son la solución. Pero en medio y ante esta pérdida de fe en un futuro el cual no existe, sólo nos queda entregarnos mientras tanto, a los apetitos inmediatos del ser humano (satisfactorios y distractores a la vez): el sexo, la bebida, la comida.

    En cuatro generaciones de la familia Hemingway, siete de sus miembros se han suicidado. ¿Hay entonces un germen hereditario por lo cual es imposible salvarse y todo desemboca en un terrible y salvador suicidio? No pocos personajes salidos de la pluma del maestro Ernest, piensan y deambulan con el suicidio en sus enjutos hombros. Casi todos sus personajes son victimas de la terrible ictericia (están atiriciados y beben licor a litros) y camina por la vida con una cruz de melancolía en la frente, como un perpetuo miércoles de ceniza.

    La escena es de todos conocida y ha sido narrada montones de veces: el domingo 2 de julio de 1961, el escritor se levantó temprano en su casa de Ketchum, Idaho. Había salido hacía poco, de una clínica de rehabilitación. Hemingway  tiene 62 años y pesa apenas 90 kilos, una sombra de sí mismo. Es alcohólico, tiene asaltos de paranoia, ya no escribe nada, no puede empuñar la pluma más, disminuido físicamente, su virilidad ya es afectada, es decir, preso de su pegajosa y triste realidad, ese día decidió poner fin a sus letras y su vida: se pegó un escopetazo en la frente, en plena cara.

    Su padre  se suicidó. Arrastró con ello toda su vida. Al día de hoy, de esta familia, de este linaje, van siete suicidas. ¿Hay una molécula de ADN la cual se hereda marcada para el suicidio? Ernest Hemingway es inconmensurable. Regresaremos al tema.

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