Releer a Papá Hemingway en dos claves (1/3)

    Por Jesús R. Cedillo

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    Si usted hace favor de leerme periódicamente, hay una queja perpetua en mis letras señor lector: la inmediatez le gana siempre la partida a lo de fondo. Al menos a mí, así me pasa con mucha frecuencia. En aras de ofrecerle a usted otros textos con ingredientes más a la mano e inmediatos, siempre dejo de lado otros folios e ideas, otras letras de mejor calado –según yo, claro– donde hierve la condición humana y al leerlos, glosarlos, paladearlos, sí, nos otorgan eso llamado libertad y claro, humanidad. Pero también, son folios de tal nivel, carácter y envergadura, los cuales dichos fragmentos nos mueven la piel y el esqueleto. Es el caso de hoy. Avanzo: estas letras las tenía desde el año pasado, pero se fueron quedando archivadas.

    El año pasado se cumplieron 120 años del nacimiento del Premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway, cifra redonda, por lo cual y este año, son 121. Pero no hace falta celebrar algo en el calendario para leer o releer a uno de los autores señeros de la literatura y el periodismo mundial. Papá Ernest Hemingway, así le motejaban sus íntimos  (1898-1961), es más recordado por sus novelas, pero yo, como muchos otros, lo preferimos como cuentista. Sus textos son secos, como un golpe y perfecto de un pugilato. Seco, duro, sin concesiones. Así son sus textos de narrativa corta y periodismo. Y usted lo sabe, al maestro Hemingway se le asocia con justa razón, con la rudeza, con el vigor físico, con la naturaleza. Ernest cultivó bien su leyenda de amante de la caza y la pesca (“El viejo y el mar”, claro), a la par de ser un amante de la buena vida: la comida y la bebida hasta el hartazgo. También edificó su leyenda sexual. Herido de gravedad en la Primera Guerra Mundial, su literatura y periodismo está entonces impregnado de harto fatalismo donde se explora el vacio existencial (no hay mañana, es sólo hoy), el ser humano siempre está solo ante el mundo, hay una imposibilidad de relacionarse con algún humano de tiempo completo (una mujer) y la soledad y al final del túnel, el suicidio, son la solución. Pero en medio y ante esta pérdida de fe en un futuro el cual no existe, sólo nos queda entregarnos mientras tanto, a los apetitos inmediatos del ser humano (satisfactorios y distractores a la vez): el sexo, la bebida, la comida.

    ¿Lo notó? Aunque hay muchas y variadas aristas para entregarnos a leer o releer “todo Hemingway” en este año, en lo personal ofrezco y en esta ocasión,  dos claves harto identificables: abordarlo desde la clave o arista gastronómica y dos, esa soledad feroz y tristeza emperrada la cual desemboca en el suicidio. Suicidio de él, su padre y en cuatro generaciones de la familia Hemingway, siete de sus miembros se han suicidado. ¿Hay entonces un germen hereditario por lo cual es imposible salvarse y todo desemboca en un terrible y salvador suicidio? No pocos personajes salidos de la pluma del maestro Ernest, piensan y deambulan con el suicidio en sus enjutos hombros. Casi todos sus personajes son victimas de la terrible ictericia (están atiriciados y beben licor a litros) y camina por la vida con una cruz de melancolía en la frente, como un perpetuo miércoles de ceniza. Estas dos aristas son las cuales aquí abordaremos en este tríptico.

    Y entramos en materia entonces, si usted revisa sus novelas, cuentos y obra periodística, gran parte de ella está ancilado en el lado de los placeres sensuales arriba deletreados. Para Ernest Hemingway el vino “es una de las cosas más civilizadas del mundo y de las cosas materiales que ha alcanzado una mayor perfección, al tiempo que ofrece un disfrute y una apreciación posiblemente más amplios que cualquier otra cosa puramente sensorial que pueda ser comprada con el dinero.” Sus personajes asisten a bares, cafeterías y mesones de todo tipo de pelaje. Uno de sus textos más perfectos, “Un lugar limpio y bien iluminado” gravita todo el tiempo alrededor de tres personajes: dos meseros y un anciano el cual tiene un intento fallido de suicidio (¿el mismo Hemingway?), el cual bebe sin parar brandy, generosas dosis de brandy y sin duda, el cuatro personaje es el lugar, el bar mismo.

    En otro texto igual de perturbador, “Los asesinos”, los personajes piden para comer, filetes de cerdo asado con puré de manzana y puré de papas. Otro pide croquetas de pollo con chícharos, salsa de crema y puré de papas. Como a esa hora (cinco de la tarde) aún no se prepara el menú nocturno, al par de tipos asesinos les es ofrecido por el maître del lugar: emparedados o huevos con jamón, huevos con tocino, hígado con tocino o un bistec… Y sí, esto desencadenará los acontecimientos o intrusión de un par de asesinos a sueldo en un lugar bucólico (Summit, cercano a Chicago) donde hay inocentes atendiendo un café de paso. La tensión se hace presente y avanza genialmente conforme los asesinos van pidiendo platillos y bebidas. Texto genial. Continuará…

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