Venganza política

    Por Gerardo Hernández González

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    Torreón no había sido castigado con tanto rigor como lo fue en los gobiernos de Humberto y Rubén Moreira. Ambos perdieron sus respectivas elecciones y se la cobraron. La ciudad, otrora referente nacional por su desarrollo económico y urbanístico, devino en caos. Durante el sexenio de Moreira I, la metrópoli lagunera se convirtió en una de las más peligrosas del mundo (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, Aristegui Noticias 02-07-13). Cuando el PRI recuperó la alcaldía empezó a revertir esa tendencia, pero el daño era enorme: la violencia había ahuyentado la inversión y el 80% de los jóvenes de 18 a 29 años quería emigrar a otras ciudades en busca de oportunidades (Encuesta de Percepción Ciudadana, Consejo Cívico de las Instituciones 2013).

    El semanario Proceso dio un mentís al triunfalismo del clan, celebrado por empresarios y medios de comunicación afines: “Mientras Rubén Moreira ofrecía su último informe de Gobierno en el que presumía que “los grandes capos que asolaban Coahuila ya no estaban” y que la paz y tranquilidad regresaron al estado, la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, presentó un estudio (Control sobre todo el estado de Coahuila: Un análisis de testimonios en juicios en contra de miembros Zetas en San Antonio, Austin y Del Río) en el que revela que Los Zetas pagaron millonarios sobornos a los gobiernos de los hermanos Moreira”.

    Las visitas del tándem a Torreón eran frecuentes y Moreira II la convirtió en sede alterna cuando perdió la Alcaldía de Saltillo con Isidro López Villarreal (PAN). Sin embargo, no lo hacía para integrarse a la sociedad, planear inversiones o buscar consensos, sino para lo contrario: urdir intrigas, comprar lealtades y silencios –los organismos empresariales se vendieron por un plato de lentejas– y envilecer la política. En el colmo del descaro, Moreira II se autoproclamó “gobernador lagunero”.

    “El gobernador que más hizo por Saltillo fue Braulio Fernández Aguirre; y quien más ha hecho por Torreón es Enrique Martínez y Martínez”, dijo el periodista Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, en el marco de una conferencia organizada por Grupo Estéreo Mayrán en el emblemático teatro Isauro Martínez, hace 15 años. El cronista de Saltillo apelaba a la unidad de las principales ciudades del estado cuando el clamor por la creación del Estado de La Laguna cobraba nuevo aliento.

    La relación entre la comarca y la capital siempre ha estado marcada por el reproche y el recelo, pero jamás Gobierno alguno había asumido una actitud revanchista y despótica como el de los Moreira. Óscar Flores Tapia, cuyo carácter no le atraía simpatías, satisfizo una demanda añeja: la Ciudad Industrial. También tendió puentes entre las principales cabeceras del estado. El primer supermercado de Soriana, fuera de Torreón, se construyó en Saltillo (en el bulevar Francisco Coss; uno de los más exitosos), por su amistad con Francisco Martín Borque, uno de los fundadores de la empresa y padre de Ricardo Martín Bringas, actual director de la organización.

    Flores Tapia tuvo con sus críticos laguneros la misma disposición. En una ceremonia en el Cine Torreón, al empezar su mandato, hizo las paces con Salvador Sánchez y Sánchez, autor de la columna «Azagaya», una de las más leídas e incómodas para el poder. Después de concluido su sexenio, obsequió un retrato a don Antonio de Juambelz donde el director de El Siglo de Torreón vestía un esmoquin de chaqueta blanca. La política de los Moreira fue la de “pan o palo”. Si no compraban, espiaban y enderezaban campañas de descrédito contra medios de comunicación y periodistas insumisos.

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