Cuestión de fe mariana

    Por Jesús R. Cedillo

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    He comprado para disfrutar un nuevo café. Su etiqueta dice venir de los altos de Chiapas. Lo creo. Lo he adquirido en un viaje y como siempre de tipo relámpago, en mi ciudad adoptiva, Zacatecas. Llegué a la tienda de siempre a adquirir varios pomos de mezcal, mermeladas de tejocote, tuna, zarzamora e  incluso, una extraña mermelada de café y al ver en los anaqueles rebosantes de buenos productos artesanales, este saco de café proveniente de mi otro Estado adoptivo, Chiapas, no resistí las ganas de comprarlo. Traía de regreso a este pueblo de Saltillo mi maleta pesada y a punto de reventar. Amén de lo anterior esbozado, fui por un lote de libros los cuales en viaje pretérito, había dejado separados. La señorita gerente, amable y galante, siempre me espera el tiempo necesario para luego ir por ellos. Así ha pasado esta vez de nuevo.

    He puesto el café suficiente en mi máquina dispensadora. Aún uso una cafetera con filtro. En lo particular, se me hace mejor a las modernas donde el uso de filtro se ha diluido en aras de un cedazo de fibras de metal delgado. En lo personal insisto, creo el cedazo de delgado papel, hace concentrar mejor el aroma y claro, el sabor de mi café de por sí siempre amargo, siempre rudo, siempre fuerte. Mientras disfruto mi café en el gaznate el cual reconforta el alma, afuera llueve. No fuerte, en esta parte del mundo nunca llueve fuerte. Es una llovizna apenas perceptible. Pero moja, siempre moja y entumece la piel y el esqueleto. Bebo café y en el almuédano de mi aparato de sonido escucho las coplas, cantos y música sufí de Eduardo Paniagua y Said Belcadi Ensamble: “Se han quebrado mis cadenas” (los instrumentos musicales son variados y nativos del otro lado del mundo) y en esta plegaria enderezada al Altísimo, también se escuchan el salterio, el laúd, el tar; todo se entremezcla en sus sonidos para llegar e invocar las bendiciones de aquel, el Único.

    No pocas ocasiones y con fundamento, los hermanos cristianos nos critican a los católicos nuestra fe, devoción, invocación y entrega total no a Dios, el altísimo, sino a su madre (lo cual tampoco aceptan), María de las Sagradas Escrituras. La Virgen María la cual usted y yo amamos y veneramos, señor lector. Eso creo. Y respetaría claro, si no es así. En mi caso, amo a la Virgen María encarnada o definida como Virgen de Guadalupe por fe enseñada en mis mocedades por mi mamá, la cual y de la mano, me llevó a su bello santuario a la Basílica de la ciudad de México, al meritito Tepeyac, cuando  yo apenas frisaba los cinco años de edad. Al ver mis azorados ojos de aquellas bellas y perturbadoras construcciones, frisos, cuadros y fe tan grande, me enamoré no sólo de la Virgen, sino de esa ciudad, la bella y hermosa ciudad de México. Desde los cinco años fui a México, hoy sigo yendo con mucha frecuencia y no, no la conozco del todo, pero si me sigue deslumbrando como el primer día cuando mi madre me llevó a la Basílica, al Palacio de Bellas Artes, a la Catedral, a la avenida Reforma, a Chapultepec…

    Siento una cosa: los hermanos cristianos se pierden de gran honor en no admirar, amar y querer tanto a la Virgen María (a la Virgen de Lourdes, a la de Fátima, o a la del Rosario, o a la de la Esperanza Macarena, a la de Zapopan, a la Virgen de Czestochowa…), como nosotros. O como yo, en lo particular. En el catolicismo aseguramos aquello de que la Virgen es “Theotokos” (madre de Dios), mientras otra corriente inaugurada por Néstor de Constantinopla, afirman de reducirla o sólo ser o haber sido “Christotokos” (madre de Jesús). Pero sin duda, sin la madre de Jesús nada se explica. Es de tal valor su presencia, que hasta los hermanos musulmanes la tienen en jerarquía divina en su “Corán”, al santificarla y llamarle por su nombre precisamente, Maryam Bint Imran. No poca cosa.

    Luego de la crucifixión y muerte del maestro Jesucristo en el cerro de la Calavera (el Monte Calvario, pues), poco o nada se sabe del final de su madre, María. Los Evangelios son parcos en ello. Cuando se recurren a fuentes extra bíblicas, hay tantas teorías como agujas en un nido de pájaros. Sólo sabemos de su voluntad de hierro al mantenerse con los discípulos de su hijo luego de la crucifixión (Hechos de los Apóstoles) hasta por cuarenta días (número simbólico). ¿Cuándo murió? No lo sabemos. Documentos dictan de haber muerto en Jerusalén, otros en Éfeso hacia el año 48 DC. Y aquí igual, ¿hay tumba de María o ángeles bajaron por ella en la llamado Asunción, “Asunción de María.” Y ojo, es muy diferente esta “Asunción” (llevada al cielo por ángeles) a la “Ascensión de Jesucristo” (sin seres alados, él subió por su propia fuerza e impulso divino).

    Lo bien cierto es una cosa: doy un sorbo a mi café amargo, el cual es de los Altos de Chiapas y mi alma se reconforta. Llega una paz la cual todos necesitamos. Una extraña sensación de gozo y plenitud me embarga. Tengo en mis manos un rosario. Sus cuentas me dan tranquilidad aún cuando no rezo como es debido todos los Misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. La devoción por el Rosario, igual, la heredé de mi madre. Antes, se rezaban 15 Padres Nuestros y 150 Aves Marías. Hoy, 20 y 200 respectivamente. Entre cada rezo y misterio, es necesario ir meditando la vida, pasión y semblanza del maestro Jesucristo. ¿Ya ve no es tan sencillo esto de repetir, como se cree y como piensan los hermanos cristianos? El Nuevo Testamento afirma hasta en ocho ocasiones de ser María, la madre de Dios. Así de sencillo.

    Escucho el “Stabat Mater” de Jacopone da Todi en música de Joseph Haydn (de quien se cumplen 210 años de su muerte, en el próximo año de 2019). Luego, el mismo poema musicalizado por… Arvo Pärt (1985). Así de bendita, hermosa y amada por todos es la Virgen María de las Escrituras…

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